Si por tener buena memoria entendemos la facilidad para prestar atención a un estímulo significativo, codificarlo, almacenarlo con las “pistas o indicios” suficientes y recuperarlo de forma rápida y eficaz, en cualquier momento, es evidente que, entrenando a nuestro cerebro en cada una de las fases anteriores, nuestro funcionamiento mnésico general mejorará.

Con la edad, se reducen de forma significativa las exigencias que el medio nos hace; reducimos actividad, tanto en cantidad como en complejidad. La Estimulación, el reto continuo que nos impone la vida, mantiene activo y “ágil” a nuestro cerebro. Si el ambiente estimular se empobrece y los requerimientos del medio disminuyen, muchas funciones cognitivas y muchas estructuras cerebrales resultarán infrautilizadas.

Si una conexión neuronal no se usa, se debilita; sin embrago, ante múltiples requerimientos de ciertas conexiones y redes neuronales, estos contactos y “caminos” resultan fortalecidos y eficaces. Por ejemplo, son evidentes los beneficios que para nuestro cuerpo reportan las clases de gimnasia tan extendidas en centros de mayores, y es así por la reducción en movilidad que esta vida moderna conlleva con sus trasportes, ascensores y servicios a domicilio. De la misma forma, mantener una
buena memoria implica una adecuada estimulación y mantenimiento cognitivo general y, de no ser así, si pretendemos tener una buena memoria, tendremos, al igual que ocurre con las clases de gimnasia, que inventarnos los ejercicios que mantengan activos y con un uso frecuente la mayor parte de nuestras neuronas y sus conexiones.